8 de abril de 2013

QUIERO QUE VUELVA EL CINE AQUÍ.


En la valla que tapa la entrada de lo que hace años fueron los cines ABC Martí de Valencia, se han colocado decenas de pegatinas con las palabras “QUIERO QUE VUELVA EL CINE AQUÍ” firmadas por distintas personas.
Los cines ABC Martí eran muy agradables y daban mucha vida al barrio. Pero un día, los dueños decidieron cerrarlo, seguramente porque ya no era rentable. Mucha gente sintió el cierre. Muchos pensamos que sería bonito que volviera a abrir una sala de cine en la Avenida del Reino de Valencia.
Pero han pasado los años y el edificio sigue cerrado. Eso sí, con un montón de pegatinas reclamando que vuelva el cine.
Este hecho me sirve de ejemplo sobre el tipo de sociedad que tenemos ahora en España y la mayoría de los países civilizados. Lo que yo vengo en llamar “gritocracia”, es decir, el gobierno de los que gritan.
Y es que si alguien quisiera que, realmente, el cine volviera al local del antiguo ABC Martí, podía perfectamente asociarse con otras personas para comprar el local, hacer unas obras de acondicionamiento, pedir permisos y liciencias, contratar taquilleros y acomodadores, negociar con las distribuidoras de cine y confiar en que realmente mucha más gente está deseando ir al cine en el barrio y va a poder vender suficientes entradas a un precio determinado como para pagar los gastos fijos y variables de su inversión (eso si no quiere obtener beneficios).
Pero no. A casi nadie en su sano juicio se le ocurriría hacer eso. Porque es una pesadilla de papeles, trámites, tasas, licencias, tiempo perdido, problemas, peleas, estrés y demás.
Y, por supuesto, luego nadie te garantiza el éxito de la empresa.
Es mucho más fácil organizarse para protestar. Protestar para que “alguien”, normalmente el gobierno local, autonómico, nacional o comunitario, obligue a otros, normalmente a los legítimos propietarios del bien sobre el que se desea actuar, a que hagan con su propio dinero lo que los gritócratas quieren.
Y así surgen las plataformas que defienden barrios o parajes naturales. Que protestan por cómo se usan los solares o los edificios o reclaman zonas verdes o el traslado de una actividad.
Muchas veces no obtienen lo que quieren, pero casi siempre basta para fastidiar a los propietarios y dilatar las soluciones hasta el infinito. Y, sobre todo, es mucho más barato y menos arriesgado que intentar conseguir lo que se desea con medios propios.
Y encima le dan argumentos al gobierno de turno para que actúe en pro del “sentir popular”.