

Y es que en la introducción, los autores muestran su preocupación ante cinco puntos de vista que suscitan un asentimiento casi universal, independientemente de latitudes e ideologías, a propósito de la crisis.
El primero de ellos, y por tanto el primer capítulo del libro, es la idea de que la culpa política de la crisis es el liberalismo y el tercero, el papel crucial que en la misma ha tenido el mercado libre.
El libro trata, precisamente, de refutar los cinco errores (estos dos y los siguientes: que la culpa de la crisis es de la codicia, que los rescates bancarios son inevitables y que hace falta aumentar el gasto público para crear empleo).
El libro es cortito (unas ciento veinte páginas) y está estructurado en una introducción, cinco capítulos que se refieren cada uno a los cinco errores reseñados y unas conclusiones.
El primer capítulo desmonta el error de que la culpa de la crisis es del liberalismo demostrando que el Estado ha aumentado sin parar en casi todo el mundo.
Bien.
A mí me convence, pero me temo que la mayoría de la gente no verá siquiera la relación entre liberalismo y Estado. Yo creo que casi todo el mundo piensa que el liberalismo consiste en que hay unos cuantos tipos muy ricos que hacen lo que les da la gana (especialmente con sus trabajadores).
El segundo capítulo desmonta el error de que la culpa de la crisis es de la codicia, indicando que la codicia ha existido siempre, tanto en tiempos de crisis como de bonanza, y también que los comportamientos que ahora se tachan de codiciosos, se consideraban perfectamente juiciosos en el momento en que se dieron.
El capítulo más interesante es también el más largo, el tercero, el que se refiere precisamente al mercado libre. En realidad, se refiere al negocio bancario y al fenómeno de apalancamiento. La primera vez que yo leí sobre eso (precisamente a Rallo en una de sus entradas en su blog de liberalismo.org) me costó creer que realmente los bancos funcionaran así. Mis conocimientos sobre economía son muy básicos y me pierdo entre los conceptos (“Los otros días leí cómo funcionaba la caja de cambios de un Ford Lotus y tampoco entendí un pito”, como decía Felipe a Mafalda después de ver el comportamiento de Susanita), pero con las explicaciones de Rodríguez-Braun y Rallo te haces perfectamente una idea de por qué hay gente que se hace riquísima jugando con los productos financieros (y de por qué hay gente que se arruina miserablemente haciendo lo mismo) y cómo los gobiernos se juegan los ahorros de todos solamente subiendo o bajando arbitrariamente los tipos de interés según sus análisis cortoplacistas.
Entendí mucho mejor las causas de la crisis, pero no me quede nada tranquila, si les digo la verdad.
Los dos últimos capítulos se dedican a desmontar las ideas de que hace falta que el Estado rescate los bancos y que aumente el gasto público para crear empleo.
Me temo que también estas son batallas perdidas por ahora.
La ciencia económica es antiintuitiva y cuesta mucho hacer comprender a alguien que lo importante en la economía no son los efectos inmediatos y visibles sino los derivados e invisibles, los que se producen por el hecho de cambiar las condiciones bajo las cuales toman sus decisiones millones de personas. Y que, aunque a la hora de hacerlo la mayoría de la gente tiene en cuenta la legislación, los intereses personales son un acicate infinitamente mayor.
Para más INRI, el periódico que hace ese comentario sobre el libre mercado como culpable de la quiebra de Lehman Brothers, es ¡LA RAZÓN! en el que el propio Rodríguez-Braun es columnista habitual.
Otro ejemplo de que nadie es profeta en su tierra.
PS: Gavión ha vuelto a hacerlo. De su último viaje a Buenos Aires, perdido entre una montaña de discos y libros de tangos me ha traído "La virtud del egoísmo" de Ayn Rand. Ya les contaré.