
He tenido ocasión de visitar estos días, por razones profesionales, unas granjas de gallinas ponedoras. Son unas instalaciones de las más modernas de Europa y tienen una organización admirable, imprescindible cuando se manejan las gallinas de 120.000 en 120.000 y los huevos de 100.000 en 100.000, todo automatizado y sometido a controles continuos.
Las gallinas tienen la vida organizada y controlada desde que nacen hasta que son ¡ay! enviadas al matadero.
Sus necesidades vitales están tasadas y se les suministran los medios para satisfacerlas sin excesos pero tampoco sin defectos. Luz, aire, temperatura, comida, agua, espacio, nidales, vacunas, higiene, todo está pensado para que las gallinas vivan sin estrés durante su vida útil. Nadie mide lo que come cada una ni los huevos que pone individualmente. Una gallina podría pasarse su vida sin poner un solo huevo y nadie se daría cuenta.
“¡Qué metáfora -pensé yo- del ideal socialista!” Como bien establece el principio popularizado por Karl Marx (y enunciado por primera vez parece que por Louis Blanc) en la granja se da a cada gallina según su necesidad y se obtiene de ella según su capacidad (de poner huevos), sin que nadie proteste o se queje.
Ellas no viven del fruto de su esfuerzo. Sus huevos son entregados íntegramente al granjero. Pero a cambio obtienen gratuitamente todo lo que es necesario para ellas. Es una sociedad perfecta. Un grupo de seres superiores piensa por ellas y les da una existencia confortable, mientras que ellas solamente tienen que preocuparse por disfrutar de los bienes a su alcance y poner los huevos que buenamente puedan, sin que su mayor o menor rendimiento redunde para bien o para mal en su calidad de vida.
Como bien dice mi padre (él me asegura que la cita es de Churchill, pero me temo que no puedo asegurarlo) del socialismo, “Sistema correcto. Especie equivocada“.
Así que, ahora, cada vez que oigo a los políticos declarar su interés en ofrecer al ciudadano más y más servicios sociales (a cambio de más y más impuestos, claro está), hablar de su preocupación por nuestra salud y felicidad y pontificar sobre las bondades del estado de bienestar, qué quieren que les diga… me dan ganas de cacarear.
Las gallinas tienen la vida organizada y controlada desde que nacen hasta que son ¡ay! enviadas al matadero.
Sus necesidades vitales están tasadas y se les suministran los medios para satisfacerlas sin excesos pero tampoco sin defectos. Luz, aire, temperatura, comida, agua, espacio, nidales, vacunas, higiene, todo está pensado para que las gallinas vivan sin estrés durante su vida útil. Nadie mide lo que come cada una ni los huevos que pone individualmente. Una gallina podría pasarse su vida sin poner un solo huevo y nadie se daría cuenta.
“¡Qué metáfora -pensé yo- del ideal socialista!” Como bien establece el principio popularizado por Karl Marx (y enunciado por primera vez parece que por Louis Blanc) en la granja se da a cada gallina según su necesidad y se obtiene de ella según su capacidad (de poner huevos), sin que nadie proteste o se queje.
Ellas no viven del fruto de su esfuerzo. Sus huevos son entregados íntegramente al granjero. Pero a cambio obtienen gratuitamente todo lo que es necesario para ellas. Es una sociedad perfecta. Un grupo de seres superiores piensa por ellas y les da una existencia confortable, mientras que ellas solamente tienen que preocuparse por disfrutar de los bienes a su alcance y poner los huevos que buenamente puedan, sin que su mayor o menor rendimiento redunde para bien o para mal en su calidad de vida.

Como bien dice mi padre (él me asegura que la cita es de Churchill, pero me temo que no puedo asegurarlo) del socialismo, “Sistema correcto. Especie equivocada“.
Así que, ahora, cada vez que oigo a los políticos declarar su interés en ofrecer al ciudadano más y más servicios sociales (a cambio de más y más impuestos, claro está), hablar de su preocupación por nuestra salud y felicidad y pontificar sobre las bondades del estado de bienestar, qué quieren que les diga… me dan ganas de cacarear.