18 de mayo de 2010

GEOGRAFIA TANGUERA XXXI- Tango en El Faro

Recien regreso de Buenos Aires y me siento delante del dentudo ordenador antes de que
el sueño se cobre lo que le debo y transforme la inmediatez de los datos en aroma de recuerdo.
Esta es una entrada atípica porque es un humilde reconocimiento a un lugar muy particular.
El lugar del que quiero hablar es el bar El Faro. Lejos, muy lejos de la parte del sudoku urbano bonaerense por la que se mueve el visitante. No se si en Agronomía, en Parque Chas o en Villa Pueyrredón, pero lo suficientemente lejos como para que a mi acompañante se le empezara a desencajar la cara dudando del taxista que hasta allí nos llevó. Pero ya hace algún tiempo que yo quería conocerlo y esta fue la ocasión.

El bar El Faro es un bar en ochava, como casi todos los de allí, y donde ningún elemento se cambia mientras siga funcionando, también como casi todos los de allí. Y en ese bar el cantor Hernán Cucuza perpetra un espectáculo llamado “el tango vuelve al barrio”. A ese barrio, no se sabe cuál, pero muy, muy lejano, en La Pampa con Av. Constituyentes, nos acercamos.
Bien elegido el nombre del espectáculo porque es verdad lo del tango y lo del barrio, aunque visto lo visto también podía decirse que es el barrio el que vuelve al tango.

Hernán “Cucuza” Castiello es un buen cantor al que yo conocía por una versión de un tema de Acho Estol en su disco Buenosaurios. Eso sería suficiente, pero es que además parece ser un excelente tipo. Con un cartel consolidado en Buenos Aires se ha convertido en guía, faro y de alguna manera mecenas de una generación de músicos que parecen sentir devoción por él. Puedo testificar que lo adoran. Y no voy a hablar más de él porque lo conozco poco, apenas unas horas, pero eso, Cucuza, lo arreglaremos el próximo viaje.
El espectáculo lo conduce él, pero casi es de creación colectiva. Todos quieren participar, todos sus amigos y también todo el público. Público, además, de barrio. De los que se aprendieron las letras de los temas de siempre de purretes, mientras su vieja planchaba la ropa escuchando Radio Belgrano.

Algunas veces, pocas, encuentras atmósferas como esta. Yo recuerdo algún trasnoche milonguero en el festival de granada co Zárate, Aníbal Arias y Guillermo Fernández. O alguna madrugada en el Bar de Roberto, al que hace unos años que no voy. O una larga velada en el Café Homero con Juárez rodeado de sus “barras bravas”. Momentos especiales en los que no sabes si el tango te entra al cerebro o te sale del cerebro por las goteras del cráneo.

Cucuza tiene un guitarrista, grande Moscato Luna, que aparenta ser el mismísimo diablo y puede que no solo lo aparente y junto con otros amigos como Lucio Arce (Lucio, ya estoy digiriendo tu segundo CD), Hernan Lucero, Patricio Crom(del grupo “Malo conocido), la “polaca” Rozenwasser (del grupo-oxímoron “Vanguardia vieja”) , Margarita la contadora de cuentos de nuestra vecina mesa y otros muchos de los que allí estaban componen lo que alguien definió, parafraseando a De Caro, “Alta bohemia”.

El espectáculo es largo, pero nadie quiere que acabe porque todos son partícipes de él. Empezamos a las diez y media sin previo aviso (si obviamos la hora de retraso) y acabó a eso de las dos y media de la mañana. El público cantaba por la boca de Hernán y Hernán, sabedor de la magia del lugar, canta a veces a través del público al que saluda casi de uno en uno. Y nadie quiere nunca acabar. Nosotros, pobres y desorientados gallegos, éramos la nota discordante, pero por poco tiempo. Comimos, bebimos, nos reímos y nos emocionamos como algunos de esos tipos de Villa Urquiza que nos rodeaban. Y fuimos aceptados y adoptados por ese grupo tan pintoresco. A las dos y media acabó el espectáculo y comenzó la fiesta, a la que fuimos invitados con nocturnidad y criminal premeditación, pero nosotros somos muy facilotes y no sabemos decir que no a la cerveza fría. Se juntaron las mesas y empezó a aparecer gente de debajo de los adoquines que tocaban las guitarras o cantaban por pura diversión mientras el resto charlaban o le daban al semillón. Pasaban las horas y aquello no acababa nunca y cuando alguien flaqueaba otro ocupaba su lugar. Gente de todo rango cantaba mientras los innumerables taxis porteños marcaban el paso de las horas. Hasta apareció un curioso tipo que tocaba y cantaba tangos al estilo de los Gipsy Kings en un grupo con nombre de innegable sabor porteño, "los bandoleiros", e incluso yo me hubiera arrancado si la profundidad del Rio de La Plata no hubiera supuesto un peligro para mi integridad.

Una hora después de que los puestitos de prensa abrieran, cuando ya las noticias del diario del día quedan obsoletas, y tan solo media hora antes de que el sol le pusiera el punto a la i del Obelisco, decidimos apagar la fábrica. Como solo le dimos al botón de standby supongo que será fácil volver a hacerla funcionar.

En fin, siete u ocho horas de tango en grupo, pero de tango sin grupo. Se debieron tocar más de cien temas de todas las épocas y autores con la salvedad (imperdonable, Cucuza) de Eladia Blázquez. Y mi acompañante de este viaje, que jamás en su vida había oído un tango, se emocionaba con Contursi y se partía de risa con Martino. Y se volvió al hotel pidiendo más.
Gracias de corazón a este grupo que nos admitió, sobre todo porque no nos advirtió. Y un reconocimiento al aguante de los hospitalarios dueños de un local que no debe cambiar. Y no se preocupen, que si es por la audiencia de este blog, no lo hará.

GAVION





















6 de mayo de 2010

LITERATURA POPULAR VII. HUMOR GALLEGO.

Hemos tenido ocasión de pasar un fin de semana en Pontevedra porque una tía mía, monja, celebraba sus cincuenta años de profesión.
Aparte de pasarlo estupendamente (las monjas siempre son muy buenas anfitrionas), tuve ocasión de añadir una nueva imagen a mi colección de letreros curiosos. En realidad, es una pareja de letreros.

En una casa de Pontevedra:


Y en la casa de enfrente: