Buscando dar la razón a los que no entienden las razones de mi pasión tanguera, me autoflagelo de tanto en tanto revisando la filmografía de Gardel. "El dia que me quieras", "Cuesta abajo", "Melodía de arrabal", o "Tango bar" son unos insufribles melodramas o vodeviles muy en la linea del recién estrenado cine sonoro de los primeros años 30. Falsos escenarios,cutres iluminaciones,cartón piedra a tutiplén, muebles lacados en blanco, vestuarios de artificio y pianos que no tienen las teclas de metacrilato porque aún no se había inventado. Visto así no están tan alejadas de las comedias de Chevalier o de Astaire, también rodadas en Paris y Nueva York, y también hechas a mayor gloria de sus protagonistas, verdaderos monstruos a los que hasta los fallos de script les quedaban bien. En este caso, y así sin más anestesia que un scotch, que uno es un valiente, me metí entre pecho y espalda el peliculón "El tango en Broadway". Rodado en Estados Unidos para la Paramount en verano del 34 según un guión de LePera, la dirigió Louis Gasnier, que ya había trabajado en "Melodía de arrabal" y "Cuesta abajo", y se estrenó el 12 de Marzo del 35 en el cine Broadway de Buenos Aires.Ya ven, hay quien se duerme viendo peliculas de romanos. El argumento es simple. Gardel, en un papel que no le es del todo extraño hace de alegre vividor argentino lanza manteca, de esos que dicen las crónicas de esos años que abundaban en las capitales del mundo. Aparenta regentar los negocios en Nueva York de un tio suyo mayor, y aprovecha estas empresas como tapadera de su verdadera pasión, su propia vida de artista y el mecenazgo de otros titiriteros generalmente argentinos que a él acuden en busca de contratos en la Gran Manzana. Todos artistas, todos argentinos y todos menos guapos y resultones que el Zorzal. Rodeado de jovencitas rubias neoyorquinas con las que le sonríe el éxito (Mary, Peggy, Betty July.... Rubias de New York), y con una novia de la que está enamorado a su manera y una secretaria que de él está enamorada . Me río yo de las telenovelas venezolanas. La primera escena ya promete: Gardel repeinado, impecable, en todo su esplendor, como recien salido de un relicario, con esa sonrisa marca de la casa y vestido con un pijama que parece el traje de oficial zarista de Miguel Strogoff recorre alegremente su apartamento de la 5ª Avenida mientras va despertando una por una a las rubias melenitas que dormitan resacosas en los sofás y camas de la casa. Resaca menos creible que la noche de bodas de Albe to de Mónaco, y que se esfuma como constipado con aspirina efervescente en cuanto las reune y a todas juntas les canta entre risas el foxtrot que pone a cada una en su lugar. Todo alegría, todo levedad. Como inicio no está mal, ¿verdad?. Pero toda esta alegre inconsciencia se viene abajo cuando el carcamal que paga estas juergas, esto es, el tío de Buenos Aires, decide hacer una visita a sus posesiones, seguramente con la mosca detrás de la oreja. A partir de ahí todo se lía, la trama se vuelve vodevilesca, el tío se cosca de todo pero se hace el tonto porque acaba haciéndole tilín la supuesta novia del zorzal, que se hace pasar por su secretaria, mientras su secretaria verdadera interpreta el papelde novia falsa que al final no será tan falsa. Y todo acaba, como debe ser, bien. El tío con la exnovia, cada uno cediendo en lo que de arisco tenían, Gardel con su exsecretaria y las rubias desaparecidas en busca de otro galán que les invite a champán en los clubs neoyorquinos de jazz y charlestón. Podría ser infumable si no fuera por un detalle. A mitad de película se produce el milagro. Atención, se apagan los focos, fundido en negro y aparece Gardel. Ese Gardel que llena toda la pantalla, cantando lo que a modo de ver de muchos músicos (así a bote pronto Baremboín o Plácido Domingo) se considera la creación cumbre, el Everest del Himalaya musical gardeliano. Sin que parentemente venga a cuento, o a un cuento muy traido por los pelos, el monstruo del Abasto canta "Soledad". Y cuando el tipo suelta la primera frase: "Yo no quiero que nadie a mi me diga que de tu dulce vida vos ya me has arrancado..." todo cambia y se transforma. Uno se olvida del cartón piedra, de las rubias de bote, del infantil libreto de LePera, del pijama de Dr Zivago y hasta de la mala calidad de la copia. Tres minutos, sólo tres minutos de verdad entre tanta tramoya. Toda la película al servicio de esos tres minutos, y no hay justificación para esta película fuera de esos tres minutos. Suficiente para volver a repetir la experiencia dentro de algún tiempo, para volver a ver emerger como un semidios entre tanta purpurina a un tipo en esmoquin desnudando sus sentimientos. Por esto, y por otras muchas más cosas, Gardel sigue siendo Gardel, y para muchos de nosotros sigue vivo. ¿Siguen sin entender mis razones? GAVION |
2 de agosto de 2011
Geografia tanguera XXXVII-Milagros gardelianos.
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