Se ha armado un tremendo revuelo en todo el mundo porque el Dr. Watson, codescubridor junto al Dr. Crick de la estructura en doble hélice del ADN, ha declarado que los negros son menos inteligentes que los blancos.
Dicho así, desde luego, es para escandalizarse, pero no por lo que dice todo el mundo, o sea, por ser unas declaraciones racistas, sino por la falta de rigor científico: sospecho que no se ha hecho ningún estudio serio sobre las variaciones en la inteligencia según la raza. Es demasiado incorrecto políticamente.
Como dice José Carlos Rodríguez, yo no sé si los negros son más listos o más tontos que los blancos y, además, me da exactamente igual. No creo que la dignidad ni los derechos de una persona dependan ni de su inteligencia, ni de cualquier otra circunstancia fruto del azar (y tampoco de circunstancias fruto de sus actos, salvo conductas delictivas).
Estamos hartos de oír resultados de estudios que avalan que la mujer tiene una capacidad para el lenguaje superior a la del hombre. En cambio nos escandalizamos cuando un profesor universitario expone sus dudas acerca de que la mujer tenga menos capacidad para las matemáticas que el hombre
He reflexionado sobre esta paradoja estos días y he llegado a la siguiente conclusión:
El sistema político actual, llamado formalmente democracia, en realidad es una “lobbycracia”: la sociedad se estructura en grupos de presión que pretenden obtener favores políticos, generalmente en forma de subvenciones para sus asociaciones y ventajas para sus asociados.
Evidentemente, estos grupos de presión no pueden exigir sin más las ventajas bajo amenaza de la fuerza (movilizaciones, huelgas), sería demasiado mafioso, sino que se basan en agravios que ha sufrido su “colectivo” a manos de otro grupo durante décadas, siglos o milenios.
Los agravios (que desgraciadamente han sido reales y crueles en muchas ocasiones) solo pueden haberse debido a la maldad del opresor, nunca a posibles desventajas objetivas del agraviado. Por eso no puede consentirse que los grupos “oprimidos” resulten de alguna forma desfavorablemente comparados con los “opresores” porque eso sería tanto como dar la razón al sistema opresor.
Y no.
Ninguna causa puede justificar la discriminación hacia un grupo de personas. Ninguna. Da igual cuáles sean los resultados de los estudios de aptitudes o inteligencia que se hagan.
Si esto estuviera claramente establecido, no habría problemas en investigar las variaciones de las distintas aptitudes humanas en función de sexo, raza, orientación sexual o color de ojos.
Pero no debemos olvidar que si ninguna causa puede justificar la discriminación colectiva, tampoco la de pertenecer a un colectivo nunca discriminado. Y que nadie puede ser culpado del comportamiento que tuvieran otras personas en el pasado.
Dicho así, desde luego, es para escandalizarse, pero no por lo que dice todo el mundo, o sea, por ser unas declaraciones racistas, sino por la falta de rigor científico: sospecho que no se ha hecho ningún estudio serio sobre las variaciones en la inteligencia según la raza. Es demasiado incorrecto políticamente.
Como dice José Carlos Rodríguez, yo no sé si los negros son más listos o más tontos que los blancos y, además, me da exactamente igual. No creo que la dignidad ni los derechos de una persona dependan ni de su inteligencia, ni de cualquier otra circunstancia fruto del azar (y tampoco de circunstancias fruto de sus actos, salvo conductas delictivas).
Estamos hartos de oír resultados de estudios que avalan que la mujer tiene una capacidad para el lenguaje superior a la del hombre. En cambio nos escandalizamos cuando un profesor universitario expone sus dudas acerca de que la mujer tenga menos capacidad para las matemáticas que el hombre
He reflexionado sobre esta paradoja estos días y he llegado a la siguiente conclusión:
El sistema político actual, llamado formalmente democracia, en realidad es una “lobbycracia”: la sociedad se estructura en grupos de presión que pretenden obtener favores políticos, generalmente en forma de subvenciones para sus asociaciones y ventajas para sus asociados.
Evidentemente, estos grupos de presión no pueden exigir sin más las ventajas bajo amenaza de la fuerza (movilizaciones, huelgas), sería demasiado mafioso, sino que se basan en agravios que ha sufrido su “colectivo” a manos de otro grupo durante décadas, siglos o milenios.
Los agravios (que desgraciadamente han sido reales y crueles en muchas ocasiones) solo pueden haberse debido a la maldad del opresor, nunca a posibles desventajas objetivas del agraviado. Por eso no puede consentirse que los grupos “oprimidos” resulten de alguna forma desfavorablemente comparados con los “opresores” porque eso sería tanto como dar la razón al sistema opresor.
Y no.
Ninguna causa puede justificar la discriminación hacia un grupo de personas. Ninguna. Da igual cuáles sean los resultados de los estudios de aptitudes o inteligencia que se hagan.
Si esto estuviera claramente establecido, no habría problemas en investigar las variaciones de las distintas aptitudes humanas en función de sexo, raza, orientación sexual o color de ojos.
Pero no debemos olvidar que si ninguna causa puede justificar la discriminación colectiva, tampoco la de pertenecer a un colectivo nunca discriminado. Y que nadie puede ser culpado del comportamiento que tuvieran otras personas en el pasado.
3 comentarios:
Espada, a la izquierda de pro: Es que mire, cómo va usted a combatir la desigualdad si cree que no existe.
Hombre, hombre.
No, la izquierda cree que existe la desigualdad, pero solo la causada por la maldad humana.
Nunca he creído (1) en la igualdad dogmática ("todos somos iguales": verá usted, no: yo soy listo y ud. tonto, yo soy feo y ud. guapo, yo sé leer y escribir y ud. no) ni (2) en la igualdad como objetivo ("todos tenemos que ser iguales": esto degenera siempre en "y al que sobresalga, que le corten la cabeza").
Sólo creo en la igualdad derivada o, en términos filosóficos, esencialista: yo soy humano, ud. es humano, él es humano... Y los seres humanos tienen una dignidad y unos derechos. Por tanto, todos somos iguales porque tenemos los mismos derechos (al revés de lo que dice el pensamiento socialista: todos tenemos los mismos derechos porque todos somos iguales)
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