18 de enero de 2008

LOS QUE VIVIMOS







Aparte de la maleta llena de CDs, DVDs y libros tangueros, Gavión está adquiriendo la costumbre de traerme de la Argentina libros de Ayn Rand traducidos al español por la editorial “Grito Sagrado”.



Después de “El manantial” y “La rebelión de Atlas” esta vez le ha tocado el turno a “Los que vivimos”, la primera novela de la escritora ruso-americana.
Ayn Rand tiene un estilo de escritura muy personal, que no deja indiferente y sus novelas intentan siempre mostrar su particular filosofía, el objetivismo, que se basa, según sus propias palabras, en:
Metafísica: Realidad objetiva.
Epistemología: Razón.
Ética: Interés propio.
Política: Capitalismo.

Sus protagonistas, que son el prototipo de persona ideal para ella (Howard Roark, John Galt, Kira Argounova), son siempre seres individualistas, egoístas (Rand consideraba que el egoísmo era una virtud), ateos, impulsivos, que buscan seguir su camino por encima de todo, en contra del resto de la gente, de la sociedad, de las convenciones. Son “Los que vivimos”, es decir las personas que realmente entienden cuál es el objeto de la vida.
También aparecen siempre los oponentes, que son el prototipo de persona odiosa para ella, el que no sabe qué hacer con su vida y se aprovecha del esfuerzo, el ingenio y la vitalidad de “los que viven”. Suelen envidiar la capacidad creadora de estos y quieren aplastarlos (Edward Toothey, James Taggart, Victor Dunaev).
En “Los que vivimos”, Rand retrata la vida en San Petersburgo-Petrogrado-Leningrado en los primeros años 20. La revolución bolchevique acaba de triunfar y el comunismo domina la vida de los rusos.
La autora no se molesta en tratar de explicar cuáles son los fundamentos del comunismo, ni cómo llega el partido a dominar la vida de los ciudadanos. Se limita a describir cómo es la vida: Las cartillas de racionamiento, la falta de empleo, la escasez de vivienda, ropa, combustible y cualquier otro bien, el mal funcionamiento de los servicios públicos, la corrupción, la arbitrariedad de los mandatarios, la total sumisión al partido que se exige a todas las personas… y cómo reacciona cada personaje a esta situación.
Unos, pocos, son los convencidos del sistema (Andrei), otros, los que se aprovechan de él (Victor, Pavel, Sonia ) muchos los que, reluctantes al principio, terminan convenciéndose de que la situación no es tan mala y adaptándose a ella (Galina Petrovna), otros que resisten sin fuerzas (Vasili Ivanovitch), unos pocos que resisten activamente y suelen acabar mal (Irina, Sasha).
El principal personaje masculino, Leo Kovalensky, el amor de Kira, no resulta fácil de encuadrar. En principio debería ser el prototipo de hombre individualista e irreductible, pero los acontecimientos acaban superándolo.
Además de las personas, hay un elemento en la novela que ayuda a crear y mantener el ambiente sórdido y opresivo de la narración. Me refiero al frío. Casi toda la acción transcurre entre nieve y hielo y las referencias al viento, a la falta de abrigo o de calefacción son constantes y desesperanzadoras, aumentando la sensación de agobio.

En resumen, es una novela que cumple sus funciones:
Tiene una historia interesante y bien construida, que se tiene interés en seguir. Cuesta un poco acostumbrarse al estilo poco fluido y sin concesiones líricas de Ayn Rand pero es el que pega con la personalidad de sus protagonistas.
Y luego, pone al descubierto la crudeza del régimen comunista y la forma en que aplasta la vida cercenando de raíz la libertad y sus horribles consecuencias.
Para terminar, voy a poner los dos párrafos que creo que mejor reflejan la intención de la novela.
Este primero es el discurso que hace el padre de Marisha en la boda de su hija con un miembro prominente del Partido:
“Oíganme, muchachos. He pasado cuatro años en Siberia. Me mandaron allí porque veía a la gente muriéndose de hambre y de miseria bajo una bota, y pedí su libertad. Sigo viendo a la gente morir de hambre y de miseria bajo una bota. La única diferencia es que ahora la bota es roja. No fui a Siberia para bien de unos locos, ebrios de poder y sedientos de sangre que aplastan al pueblo como no se lo aplastaba ni siquiera en tiempos del zar, y que están menos dispuestos que el mismo zar a oír hablar de la libertad. Hagan lo que quieran, beban cuanto quieran, hasta ahogar en vino la última chispa de conciencia que quede en sus cerebros enloquecidos, beban por lo que les parezca. Pero cuando brinden por los soviets, ¡no brinden por mí!”

El segundo es una refelexión de Andrei, el comunista al ver en qué se han convertido sus ideales revolucionarios:
“Nuestra misión era elevar a los hombres hasta nuestro nivel. Pero los hombres que guiamos no mejoran, sino que van descendiendo, descendiendo hasta un nivel que ninguna criatura humana había alcanzado jamás, y nosotros lentamente vamos poniéndonos a la misma altura. Uno tras otro nos vamos derrumbando como paredes viejas. Kira, yo nunca tuve miedo y ahora lo tengo. Es un sentimiento raro: ahora tengo miedo. Porque a veces pienso…que quizá nuestros ideales no podían tener otro resultado”

Un consejo para terminar: no lean la introducción a la edición del 60ª aniversario que abre la edición que comento: destripa la novela de principio a fin.

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