23 de diciembre de 2008

GEOGRAFIA TANGUERA XVIII- Tango en Paris II

(Continuación de Tango en París I. Es recomendable leerlas por orden)
Se había puesto pie y medio en la ciudad de las luces, pero este era solo el principio del romance. Al día siguiente del estreno cuenta el propio Pizarro que su cabeza no dejaba de ver la pista de baile vacía. Le daba vueltas a ese asunto, pues se dice que no hay mejor intérprete del tango que el que lo baila, y la suerte acudió de nuevo en su ayuda. Una noche, poco después del estreno, se encontraba en una mesa lateral un joven actor que triunfaba en los cines mudos de la época protagonizando “Los cuatro jinetes del Apocalipsis” basada en la novela del mismo nombre del escritor valenciano Vicente Blasco Ibáñez. Poca gente conocerá la aventura argentina del estupendo escritor y político republicano (qué diferencia con los “Tardás” que pueblan el republicanismo de nuestros días) que fundó un par de colonias en el interior del país austral como experimento social, y no desde la distancia sino siendo él mismo la punta de lanza de la experiencia, por lo que conoció el país de primera mano. Bueno, el caso es que Pizarro pidió al joven que saliera a la pista y éste lo hizo acompañado de su pareja del momento, Jane Acker. La orquesta se arrancó con “el choclo” y Rodolfo Valentino (así se le conocía al pibe) se marcó un tango al que en Buenos Aires hubieran despedido a pedradas, pero que parece ser entusiasmó al público. Otro escalón superado, o como diría mi padre, otra gallina pelada.




Pizarro empezaba a ser conocido, y ese mismo año de 1920 es invitado a participar en el concierto que cada año se organizaba en el teatro de la ópera de París en beneficio del patronato de la infancia, el llamado “bal des petits lits blancs”, al que acudió el mismísimo Poincaré, y eso que no actuaba su mujer. La actuación en el magnífico edificio de Garnier le proporcionó gran notoriedad y en agradecimiento a la ciudad de París, el 14 de Julio monta a todos sus músicos en un camión y recorre la ciudad ofreciendo microconciertos en todas las esquinas, ocurrencia muy celebrada.
Hasta el año 1925, el otro gran director que lució los galones del criollismo en el corazón de Europa fue Eduardo Bianco. Y digo Europa y no Francia porque el concepto de orquesta y negocio que tenía Bianco era muy diferente al de Pizarro. A diferencia de éste, Bianco era un viajero incansable que se movió con su orquesta por toda Europa. Tocó en España para Alfonso XIII, en Italia para Vittorio Emanuele bajo la atenta mirada del Duce Mussolini, hicieron temporadas en Grecia (a los antisistema los ponía yo a oír una sesión completa de la orquesta de Bianco), actuaron en Turquía. Convencieron al embajador argentino en Varsovia para que intercediera por los judíos que empezaban ya a ser perseguidos, Stalin se enteró de la muerte de Gorkin escuchándolos en un concierto cerca de la Plaza Roja, e incluso compartieron con Hitler un buen asado desconociendo, es de suponer, las costumbres vegetarianas del Fuhrer, al que la única carne que le gustaba asar era la de los judíos. Regresaban a París una temporada y volvían a salir de gira por los rincones de la vieja y cada vez más enconada Europa.


El año 1925 se produce un hito crucial en la aportación argentina al viejo mundo. ¡TACHÁN, TACHÁN!¡LLEGA LA GOMINA! El gigoló Carlitos Arce propone la imagen de seductor de pelo negro, brillante y pegado, con una raya tirada a tiralíneas, y que junto con el smoquing se convierte en la herramienta necesaria de todo trasnochador, como puede verse en las fotos sepia de la época y oírse en el tango “viejo smoquing”. En ese año tiene lugar en París la exposición universal en la que triunfa la estética Art-Decó que dominará el diseño hasta pasada la Guerra Mundial. Las orquestas argentinas se lanzan a la conquista de Europa.

Barcelona era una ciudad abierta (quién te ha visto y quién te ve) y en ella estaban establecidos, con gran éxito, el trío Irusta-Fungaroz-Demaré, eternamente vestidos de gaucho y vendiendo discos con la misma facilidad que nuestro gobierno vende motos. También los hermanos Spaventa, con el piano de Luis Visca, e incluso la orquesta de Cátulo Castillo, una vez entrado en razón y abandonado el ring, con Miguel Caló y Roberto Maida como cantante. Cadícamo vivía a caballo entre Barcelona y París escribiendo para unos y para otros, cosa que no dejó de hacer hasta que la muerte le sorprendió en su más madura juventud. En la ciudad de las luces escribía “anclao en París” y en Barcelona “che papusa” para que la interpretara el trío de infames gauchos de moda. Y en eso llegó el año 28, y trajo a Gardel debajo del brazo.
El 10 de septiembre de1928 aparece por París Gardel acompañado de sus tres guitarristas, Ricardo, Riverol y Barbieri. Pizarro conocía a Gardel por ser del mismo barrio porteño, el Abasto, y la amistad que los une hace que se convierta en el valedor del “zorzal criollo” en la ciudad del Sena. Mueve sus influencias y consigue que el maestro debute el día 2 de octubre en el cabaré “Florida” con la presencia de Maurice Chevalier y Josephine Baker. El éxito es inmediato, Gardel es caballo ganador, y se produce un efecto llamada que hace multiplicarse el número de músicos y orquestas argentinas en París. Llega Osvaldo Fresedo con su cantante Ernesto Famá y su magnífica orquesta, así como la no menos estupenda orquesta de Julio de Caro que es invitada a tocar en La Sorbona. Por cierto, y ahora que nombro a Fresedo pondré un ejemplo de lo que yo llamo “destrozadores del tango”. Los hermanos Fresedo compusieron una deliciosa canción llamada “vida mía” que es un clásico de los cantantes con voz aguda. Un ejemplo claro es la versión inmejorable de Guillermo Fernández. Pues bien, al gran cantante Plácido Domingo se le ocurrió versionarla en un disco consiguiendo uno de los atentados más grande que contra el tango se haya cometido, y hay muchos. Ni siquiera Julio Iglesias logró con sus tangos tales cotas de atrevimiento insensato. Ruego a Plácido Domingo que se dedique a la ópera y no cante fandangos, villancicos ni tangos. Como mucho, el himno del Real Madrid. Si mis lectores son capaces de oírla, que lo hagan, y si encuentran una tropelía mayor que me la escriban y haremos un Hit-Parade de abusos tangueros.



Volvemos. Nótese el peso de los artistas hasta ahora nombrados: Pizarro, Bianco, Cadícamo, Cátulo Castillo, Miguel Caló, Fresedo, Irusta, Maida o Gardel. Podría amenazar con llenar tres entradas con la sola enumeración de sus obras. Todo esto hizo de París la capital del tango durante casi una década, puesto que no recuperaría Buenos Aires hasta la dorada etapa de los 40´.
Por si todo esto fuera poco, se producen en los primeros 30´ dos hechos sin los cuales la promoción internacional del tango sería muy distinta, y los dos con Gardel de protagonista. El primero es la irrupción cinematográfica del mito. En el año 1931 consigue colocarle a la Paramount un infumable melodrama titulado “Luces de Buenos Aires”. Gardel ya intuyó la potencia del arma cinematográfica, y de hecho fue esta su principal ocupación a partir de entonces. Su estreno cinematográfico se había producido años atrás con la película “flor de durazno”, pero en ella había demostrado que hasta que no se impusiera el cine sonoro no tenía nada que rascar, porque lo que tenía de buen cantor lo tenía de pésimo actor. Ya con el sonido incluido llegó su ocasión. Aprovechó la presencia en Barcelona (¡cómo me cuesta escribir ese nombre!) de un grupo de sainete criollo y con la ayuda musical de Julio de Caro montó esta memez que consiguió gran éxito y demostró que el carisma deslumbrante de Gardel consigue que el espectador no repare en la historia. En vista del taquillazo, la Paramount le encarga otro trabajo, que acepta rápidamente aun sin tener nada preparado. La productora le apremia, y entonces se produce el segundo hito de la historia. Buscando desesperadamente a alguien que le escribiera el libreto de lo que se convertiría en “Melodía de arrabal” conoce en una tarde en el hipódromo de Longchamps a Alfredo Lepera. El binomio Gardel-Lepera es al tango como el tango es a Gardel-Lepera, y sólo una tragedia como la de Medellín podía poner aún más leyenda en esta unión. El fuego del incendio unió sus nombres para siempre entre los restos incandescentes del avión.
Europa se acercaba peligrosamente hacia otro conflicto bélico. Pizarro se establece como empresario con local propio en la Rue Pigalle al que bautiza como cabaré “Sevilla”. Más tarde abre el “Pigalle” y finalmente el definitivo, al que bautiza con su nombre “Chez Pizarro”, situado muy cerca del Hotel Crillón, que aunque la gente no lo sepa ya era conocido antes del popular episodio de Dodi Al Fayed con la princesa "amiguita" de los ricos.
Estalla en Europa un odio que permanecía latente desde veinte años antes y que tuvo, entre otras macabras consecuencia, la de cambiar el nombre de “Gran Guerra” por el de “Primera Guerra Mundial”. Nunca aprenderemos. Lo que ocurrió a partir de entonces será motivo de otro estudio, que por ahora ya está bien de paliza.

Acabamos con otro Gardelín de Oro. En el capítulo VII del libro de la formidable escritora propietaria de este blog se puede leer el siguiente encabezamiento:
“Entraba en los disturbios
del suburbio
con su frío puñal.
Su brazo era ligero
al entrevero
y oscura era su voz”
¡Venga, amigos, que esta también es facilita y cada vez van quedando menos!. ¡Venga que las vendo baratitas!

Un abrazo a todos, de GAVION.

4 comentarios:

pollito dijo...

"Eufemio Pizarro", de Homero Manzi y Cátulo Castillo (1946)

¿He ganado el Gardelín????

Voy a mandar el mensaje antes de que nadie se me adelante...

pollito dijo...

... y hago ahora otro comentario:

muy curioso lo que cuentas sobre Blasco Ibáñez y sus falansterios argentinos. ¿Medraron? Supongo que no.

He de reconocer que de él no me gustan las novelas del terruño (La Barraca, Arroz y Tartana...). Pero tiene una novela histórica estupenda, "El Papa del mar", sobre el Papa Luna (cuya continuación, "A los pies de Venus", deseo leer hace tiempo y no la encuentro ni en Chelo & Paco, snif).

Gavión dijo...

El gardelín de oro es un concurso serio, no es flor de un día. Lo de menos es el premio, porque lo importante no está en lo material. Otros históricos de este concurso, como Dolfi o Piazzollina, te llevan mucha ventaja. Pero no desesperes, que aún estás a tiempo de igualarlos si perseveras en esta rama de la ardua investigación musical. En cualquier caso, como agradecimiento a tu incorporación al club y sobre todo a las intempestivas horas a las que lo has hecho, ya hablaremos de lo del pincho de tortilla la semana que viene. Feliz Navidad.
GAVION

Anónimo dijo...

Estimada alma gemela:
creo que confunde usted el Hotel Crillón con el Ritz, que es desde el que salieron la princesa y el caimán la noche de autos. Por lo de más, no entiendo el interés del resto de su discurso.