29 de enero de 2009

EDU-CACA-CIÓN.

¿Alguien creía de verdad que algún tribunal de los importantes de España iba a atreverse a dictar sentencia claramente en contra del Gobierno a estas alturas de la película?

Yo, no y, por lo que parece, la ministra de educación, tampoco.

Y, sin embargo, lo que más me deprime de todo esto es que la lucha por la libertad educativa en España se centra en aspectos ciertamente irrenunciables, como son la elección de la lengua vehicular o la libertad de educar en las propias convicciones morales, pero alejados del meollo de la cuestión.

Mientras se acepte sin rechistar que el Estado tiene potestad para obligar a los padres a llevar a sus hijos a unos determinados colegios y a fijar el contenido de las asignaturas que aprenderán, para decir a qué edades tienen que empezar y acabar la educación, con qué horarios funcionarán los colegios, qué técnicas pedagógicas se emplearán, cómo se seleccionará a los profesores e incluso qué tipo de empresas tienen que ser las que se dediquen a la enseñanza (¡vade retro, ánimo de lucro!) todas estas batallas estarán perdidas aunque se ganen, porque siempre se podrán imponer las cosas vistiéndola con los adecuados ropajes de “bien común”.

Se echa de menos un movimiento siquiera de la milésima parte del que soporta a las dos reivindicaciones antes mencionadas que pida libertad de educación. No solamente para educar a los hijos en el idioma en que uno quiera, sea este catalán, bable, chino suahili o (sí, sí, hay padres así de raros) español, o para que cada uno le enseñe a sus hijos el ideario que prefiera, sino también para que distintos colegios oferten distintos proyectos educativos, con curriculos y sistemas pedagógicos propios (¿por qué no enseñar lógica a los seis años? ¿o poder elegir la educación segregada?) o simplemente se enseñe a los hijos en casa.

Se me dirá que si el Estado no se ocupara, habría padres irresponsables que descuidarían la educación de sus hijos y yo pregunto: La existencia de padres que tienen a sus hijos mal nutridos o gordos ¿justificaría que el Estado obligara a los padres a llevar a sus hijos a comedores públicos donde cocineros funcionarios dieran a los niños un menú aprobado por el Consejo de Ministros?

Ay, ay, que me parece que estoy dando malas ideas…

2 comentarios:

pollito dijo...

Enhorabuena por el comentario, zuppi. Efectivamente, la inadmisible intromisión del Estado en la educación de nuestros hijos se ha puesto en cuestión ahora por el debate sobre la Educación para la Ciudadanía, pero el asunto tiene un calado mucho más hondo, que es: ¿qué derecho tiene el Estado a educar a mis hijos como él quiere? ¿Por qué han de seguirse sus planes de estudios y superarse sus exámenes?

Quizá lo peor de todo es la manera en que la mayoría de la gente está feliz con estas cadenas y las considera un progreso y una avance: ¡la educación pública obligatoria y gratuita! Detrás de esto está la desconfianza hacia los padres, a los que se supone tan desentendidos del bienestar de sus hijos que si no se les obligara ¡con penas DE CÁRCEL! no se gastarían un mísero euro en educarlos.

SEPARACIÓN DE ESCUELA Y ESTADO, YA.

Anónimo dijo...

separación de intereses de caraduras y educación, que siempre fue el punto de mira para toda comedura de coco, qué pasa, que a través de la educación se pueden inculcar muchas cosas, y eso interesa

hay que ser hijos de puta