15 de septiembre de 2009

UNA CRISIS Y CINCO ERRORES...PERSISTENTES

Gracias a posodo tengo un ejemplar dedicado del libro “Una crisis y cinco errores” de Carlos Rodríguez-Braun y Juan Ramón Rallo que edita LID. Tenía pendiente hacer la reseña, y llevaba unos días dándole vueltas a la forma de enfocarla, cuando ayer leí algo en el periódico que me dio la idea.



Y es que en la introducción, los autores muestran su preocupación ante cinco puntos de vista que suscitan un asentimiento casi universal, independientemente de latitudes e ideologías, a propósito de la crisis.
El primero de ellos, y por tanto el primer capítulo del libro, es la idea de que la culpa política de la crisis es el liberalismo y el tercero, el papel crucial que en la misma ha tenido el mercado libre.
El libro trata, precisamente, de refutar los cinco errores (estos dos y los siguientes: que la culpa de la crisis es de la codicia, que los rescates bancarios son inevitables y que hace falta aumentar el gasto público para crear empleo).
El libro es cortito (unas ciento veinte páginas) y está estructurado en una introducción, cinco capítulos que se refieren cada uno a los cinco errores reseñados y unas conclusiones.
El primer capítulo desmonta el error de que la culpa de la crisis es del liberalismo demostrando que el Estado ha aumentado sin parar en casi todo el mundo.
Bien.
A mí me convence, pero me temo que la mayoría de la gente no verá siquiera la relación entre liberalismo y Estado. Yo creo que casi todo el mundo piensa que el liberalismo consiste en que hay unos cuantos tipos muy ricos que hacen lo que les da la gana (especialmente con sus trabajadores).
El segundo capítulo desmonta el error de que la culpa de la crisis es de la codicia, indicando que la codicia ha existido siempre, tanto en tiempos de crisis como de bonanza, y también que los comportamientos que ahora se tachan de codiciosos, se consideraban perfectamente juiciosos en el momento en que se dieron.
El capítulo más interesante es también el más largo, el tercero, el que se refiere precisamente al mercado libre. En realidad, se refiere al negocio bancario y al fenómeno de apalancamiento. La primera vez que yo leí sobre eso (precisamente a Rallo en una de sus entradas en su blog de liberalismo.org) me costó creer que realmente los bancos funcionaran así. Mis conocimientos sobre economía son muy básicos y me pierdo entre los conceptos (“Los otros días leí cómo funcionaba la caja de cambios de un Ford Lotus y tampoco entendí un pito”, como decía Felipe a Mafalda después de ver el comportamiento de Susanita), pero con las explicaciones de Rodríguez-Braun y Rallo te haces perfectamente una idea de por qué hay gente que se hace riquísima jugando con los productos financieros (y de por qué hay gente que se arruina miserablemente haciendo lo mismo) y cómo los gobiernos se juegan los ahorros de todos solamente subiendo o bajando arbitrariamente los tipos de interés según sus análisis cortoplacistas.
Entendí mucho mejor las causas de la crisis, pero no me quede nada tranquila, si les digo la verdad.
Los dos últimos capítulos se dedican a desmontar las ideas de que hace falta que el Estado rescate los bancos y que aumente el gasto público para crear empleo.
Me temo que también estas son batallas perdidas por ahora.
La ciencia económica es antiintuitiva y cuesta mucho hacer comprender a alguien que lo importante en la economía no son los efectos inmediatos y visibles sino los derivados e invisibles, los que se producen por el hecho de cambiar las condiciones bajo las cuales toman sus decisiones millones de personas. Y que, aunque a la hora de hacerlo la mayoría de la gente tiene en cuenta la legislación, los intereses personales son un acicate infinitamente mayor.
Para más INRI, el periódico que hace ese comentario sobre el libre mercado como culpable de la quiebra de Lehman Brothers, es ¡LA RAZÓN! en el que el propio Rodríguez-Braun es columnista habitual.
Otro ejemplo de que nadie es profeta en su tierra.

PS: Gavión ha vuelto a hacerlo. De su último viaje a Buenos Aires, perdido entre una montaña de discos y libros de tangos me ha traído "La virtud del egoísmo" de Ayn Rand. Ya les contaré.

4 comentarios:

posodo dijo...

De nada. A mandar.
Creo que efectivamente el problema es toda la carga demagógica que lleva esa definición de que "unos cuantos pueden hacer todo lo que quieren", ocultando que, en todo caso, lo pueden hacer precisamente por unas leyes intervencionistas para que sean sólo ellos los que lo puedan hacer; y, desde luego, lo que está d emoda esta temporada otoño-invierno: la solidaridad... obligatoria.
No creo que la guerra esté perdida, sino que sólo lo están estas batallas, obligando a continuas reagrupaciones de las líneas liberales, y a un enfoque táctico más de comandos y guerrilleros, es decir, blogs, institutos, comentarios personales,...
Y en ello estamos.
Un saludo.

Zuppi dijo...

Bueno, espero que haya cascos para todos, porque nosotros empleamos munición ligera, pero el adversario emplea obuses de gran calibre...

Marco dijo...

¿Porqué nos obstinamos en no querer reconocerlo?

La crisis que experimenta nuestro sistema socio-económico actual no es más que otro síntoma de la larga y grave enfermedad que padece.

Todo organismo vivo -y la sociedad económica en la que vivimos es uno de ellos- es susceptible de contraer enfermedades, algunas de ellas tan graves que pueden acabar con el propio organismo.

El principio fundamental en el que se basa una sociedad económica consiste en que los agentes económicos -personas, empresas, instituciones- aportan al mercado bienes o servicios percibiendo a cambio otros bienes o servicios que les permiten vivir.

Hasta aquí todo claro. Aportas, recibes, vives.

Pero como a buen organismo vivo, le ha salido un parásito muy pernicioso: la especulación. La especulación consiste en una enfermedad mediante la cual determinados bienes son retirados del mercado con la la intención de provocar una escasez artificial que eleve sus precios. Cuando estos precios ya han subido lo suficiente, los especuladores los vuelven a colocar en el mercado que les recompensa por ello con la remuneración correspondiente a ... su delito. Es decir, la "aportación" de estos agentes al mercado ha sido la de elevar el precio a cambio de NADA. Como se ve, son parásitos económicos en el más estricto sentido del término, ya que extraen la energía del organismo hasta provocar su agonía y sin aportarle nada a cambio.

Si a este fenómeno perverso de la especulación le añadimos la infección adicional del endeudamiento, tenemos que para especular, chupar la sangre al sistema, consumen recursos que son necesarios para la actividad económica sana, con lo que el debilitamiento del sistema se eleva al cuadrado.

¿No debería crear este organismo un sistema de inmunización contra esta acción asesina?

¿No debería prohibir el Estado la realización de actividades tan mortalmente dañinas para su supervivencia como sociedad económica?

¿No debería velar el Estado por la supervivencia de los individuos que lo conforman?

¿Porqué permitimos lo que se está llevando a la tumba a nuestro modelo socio-económico?

Marco.

Zuppi dijo...

Bueno, Marco, yo no estoy tan segura de que el especulador no haga nada. Compra cuando los precios son bajos, (y por tanto, la oferta grande y la demanda escasa)lo que incrementa la demanda y ayuda a subir los precios y vende cuando los precios son altos (y por tanto la demanda grande y la oferta escasa) lo que povoca un aumento de la oferta y ayuda a bajar los precios. Es una amortiguación. La propia UE utilizaba mecanismos parecidos cuando ponía precios de intervención y a todo el mundo le parecía razonable ¿por qué lo es cuando se hace con dinero público y no cuando se hace con el propio?
Sin olvidar que la especulación es muy arriesgada. Es muy fácil comprar cuando está barato, pero no es tan seguro vender caro (si no, todos seríamos ricos).
El problema, marco, creo que es que se pusieron unas condiciones financieras tales que la especulación parecía fácil y sin riesgo...